IV (No Es Amor Es Otra Cosa)

Te busco sin intenciones de encontrarte. Te busco sin saber qué haré si a tu encuentro llego. Te busco por necio, por testarudo, por torpe y tozudo. Te buscó porque en algún momento pensé que te amaba y no lo dije. Me quedé callado pensando en los convencionalismos sociales y en las reticencias que recién hoy puedo entender el corazón no respeta. Siento que dentro mi pecho circula el veneno del odio y en él macero mi corazón, en el chapalea mi alma, con él me termino de embriagar en mis noches de borracheras suicidas y es ese mismo odio que me mantiene vivo, porque es la materia prima del amor. 

Estoy solo a esta hora que solía estar contigo. En general, estoy solo desde que te dejé partir sin decirte a quién buscas, a quién quieres, o si querías que le dé un vuelco a mi vida por quedarme contigo. Pensé que para esas historias de locura era ya tarde; terrible epifanía ésta de entender que sólo hoy es verdaderamente tarde, cómo he de hacerme contigo si tus ojos coquetos ya no me reprenden, pues ya no me prefieren. 

Jamás sobre mis hombros descansaron tus piernas grandes de potranca, ni tus ojos se torcieron al arar tu virgen suelo con mi bielda melancólica. Descubrí tus labios mordiéndose por la curiosidad, tus ojos chisporroteando las ganas de dar un paso que ninguno dio, idiotizados por las costumbres bien de nuestros padres. 

En tu respirar profundo y sonoro, como la marea nocturna, he reconocido el bramido de tus placas tectónicas moviéndose impacientes por el fuego del deseo, del desenfreno y en tu nariz cincelada noté la trémula y queda batalla por apaciguar tu vientre y su ímpetu concupiscente, el grito doloroso de tu sexo impaciente. 

Todo eso se marchó incólume, intocado, firme. Dolor. Tristeza. Saudade. Otras manos recorrerán tu espalda desnuda y otros labios despertarán la vena de tu cuello que inflama tus pezones y otra mano apretará el fruto pétreo que cae de tu tronco robusto, lo arrancará, se lo llevará a la boca y acabará de un mordisco con tu inocencia. 

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No lo dije yo.

Lo dijo Zamba

Si tenes una muñeca
Que te besa y te cocina
Olvidate de otras tetas
De otros culos, de otras minas
De tus planes de soltero
Que en verdad nunca ocurrieron
Aunque vivas prisionero
De creerte la mentira.

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Oración Funebre I

A Sofía
Señor, hoy vengo de rodillas a tu altar
Desecho, consternado, agotado
Mis manos temblorosas se entrelazan,
Aunque parece que se esconden,
Se abrazan como dos niños aterrorizados.
Mis ojos arden como paja seca,
Mis lágrimas ácidas han caído todas
Corroyéndome y corroyendo tu existencia,
Enturbiándome el alma.
Estoy ciego, mi lengua yace inerte detrás
De mis labios secos como piedra pómez.
Te busco en la oscuridad para suplicarte:
¿por qué?

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Yo Los Considero Mis Hermanos


Si la mierda fuera oro, los pobres naceríamos sin culo

-
García Márquez en El Coronel No Tiene Quién Le Escriba


Yo no sé si están de acuerdo conmigo, pero este Zambayoni es un genio. Si no están de acuerdo me vale verga. Y a la verga los pastores, se acabo la navidad de los eufemismos pendejos.

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III (Aterrizaje Forsozo)

Te busco en el cielo.  


De pronto, una luz titila diminuta en la tarde gris.   


Pareces una estrella, un sueño, una promesa,  


Mientras te vas acerando a la tierra y a mi corazón.   


Y no puedo sino salir corriendo a tu encuentro.  

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¿?

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Crónicas Habaneras (Tercera Parte)

lo que no sabrán jamás

es aquí en nuestra tierra,

de la montaña hasta el mar

sopla una brisa ligera

que va a volverse huracán

Ah, pero ellos no saben

que un día será un huracán.



-Pedro Aznar




“La moral de la Revolución está más alta que las estrellas” reza una pared que puede ser vista desde una ventana del antiguo Palacio Presidencial, donde ahora está la muestra permanente del Museo de la Revolución. En las calles, inclusive para los turistas, es notorio que la Revolución tambalea en lo material y, como pasa en el Ecuador, cuando las carencias materiales abundan, los estados del espíritu se postergan. No sé, la verdad, cuántos cubanos sientan que son parte de una revolución cuya moral esté más alta que las estrellas vistas desde el hermoso malecón habanero.

A cincuenta años vista, la Revolución adolece de un pecado capital: se estancó en un sistema hasta convertirlo en el nuevo status quo. Cuba, liderada por Fidel Castro, no entendió que el orden mundial exigía un rompimiento de paradigmas desde que la Unión Soviética colapsó, arrastrando con ella todo un sistema geopolítico y económico. Corría, por aquél entonces, el año de mil novecientos noventa y la isla mayor del Caribe perdería el subsidio anual de casi cinco mil millones de dólares que en diversas formas recibía de la gran Matrioska.

El mundo bipolar, el de los valores contrapuestos y enfrentados sintió que había un triunfador y un vencido. Fidel Castro debió trabajar en mantener vivos los valores que inspiraban la revolución, pero el dogmatismo teórico lo impulsó a mantener un sistema que necesitaba de un línea de crédito constante y que enfrentaba diversos enemigos, principalmente, el bloqueo impuesto por los Estados Unidos de América. Sólo la tozudez de Castro podría empecinarlo a no tomar medidas aperturistas, de aprovechar mejor para su sociedad la herramienta que es el mercado y puso a Cuba en el estado de necesidad evidente en que se encuentra. Hace un tiempo dijo que se reprochaba haber sido tan necio.

Por supuesto, el supuesto vencedor de finales de los ochenta, hoy está vencido también. En un período mucho más corto que el vaticinado por muchos, el fundamentalismo de mercado ha fracasado de manera apoteósica y nos ha revelado que ningún organismo vivo puede subsistir en condiciones extremas. Hoy, por suerte, la evidencia nos está guiando hacia un régimen mucho más ecléctico y centrado más en las necesidades del individuo como tal.

Es importante que en ese camino se antepongan, como parte de la adopción de este personalismo moderno, el libre ejercicio de los derechos ciudadanos, en todas sus formas.

Este es otro punto en el que Cuba parece fallar. La constante presencia policial en las calles, vigilando a los ciudadanos, para pillarlos en cualquier falta, me recordó a la hermosa Beirut, donde el fanatismo obliga estas conductas. Notamos, además, que hay muchos que todavía temen hablar sobre política, como una taxista que me dijo que de eso no hablaba, porque “no entendía”. Notamos, también, que mucha gente quiere la salida de Fidel, pero prefieren insistir en el socialismo –aunque uno más moderado y moderno–. Hoy más que nunca los cubanos creen que es probable, pero la mayoría prefiere mantener el escepticismo, sólo para no ilusionarse.

No creo en los fundamentalismos. Sin embargo, entiendo que es imprescindible, por lo menos intentar, posicionarse en el momento histórico de cada decisión. Desde ese punto de vista, la Revolución Cubana encuentra total justificación. Solo eso explica porqué los grandes intelectuales de nuestro tiempo han apoyado la causa cubana.

Hoy, por supuesto, Fidel no es ya ese joven abogado convertido en rebelde por la fuerza de las circunstancias, de barba tupida, ojos profundos y oratoria encendida (que ni los plumarios pagados por la mafia cubana de Miami han logrado desvirtuar) sino un viejo consagrado a las añoranzas de la certeza de que en algún tiempo hizo lo correcto. Detenerse en ese punto de la historia, de la vida, que es un recorrer cíclico imprescriptible tal vez haya sido su más grande y terrible equivocación. A veces pienso en Fidel y en Cuba con cierta condescendencia, pues me parecen víctimas de un momento histórico mucho más grande que su realidad nacional, que era lo que debía haber interesado únicamente a los barbudos.

Visitando los lugares históricos de la Revolución empecé a entender y reflexionar sobre todas estas cosas que apunto, y sobre la magnitud de los hechos de mediados de siglo en la hermosa isla. No es coincidencia que estas crónicas hayan evolucionado como lo han hecho y que esta parte haya sido dejada para el final… De cuánta historia está cargada La Habana, Santa Clara, Playa Girón.

Siempre he pensado que uno de nuestros problemas, en el Ecuador, es la falta de comprensión de la dimensión histórica de los eventos. En Cuba es uno de los saldos positivos de la Revolución, aparte de su salud preventiva, su educación, su movimiento deportivo y su libre pensamiento. Esto último me ha llamado la atención desde hace ya mucho. En un país de tantas restricciones formales, como Cuba, la gente tiene un mentalidad mucho más abierta y tolerante. Acá, producto de la hipocresía de nuestra sociedad, blanca por fuera y podrida por dentro, como si de un sepulcro blanqueado se tratase, rige una especie de código de buenas costumbres que sirven para justificarse de la boca para afuera, pero nada más: la beata que reza todos los días, envía a su hija a Estados Unidos a que le practiquen un aborto, para evitar la afrenta social de una hija calentona o simplemente enamorada.

El momento histórico de la Revolución es otro y puede ser mucho más cruento que el de mil novecientos cincuenta y nueve. Es el de tomar nuevamente la senda revolucionaria, la de desafiar el status quo impuesto por la necedad histórica de una dirigencia que creyó estar llena de certezas y, por lo mismo, dejó de cuestionarse. El nacionalismo exacerbado, además, ha sido perjudicial para Cuba. Los monumentos y recuerdos de los días iniciales de la Revolución se guardan no como reliquias, sino como símbolos de una resistencia que se volvió tanto o más anacrónica que la lucha de ideas que intentaron perdurar más allá de estas mismas.

La figura emblemática del Che Guevara jamás podría relacionarse con la imagen de un pueblo vencido en sus esperanzas y de un gobierno disociado de su pueblo. Es él la imagen del revolucionario permanente, el que ofrece “el concurso de sus esfuerzos” donde sean necesarios para impedir la injusticia, la inequidad. Su rostro forjado en hierro en el Ministerio del Interior, frente a la Plaza de la Revolución firmado con el ¡hasta la victoria siempre! de sus días, en una tarde gris de brisa ligera pero sostenida, me recordó que los sueños son posibles. Guevara vivió para conocer su sueño y por suerte murió sin conocer su mutación en este especie de pesadilla. Creo que es una forma de haber vivido fielmente a su más vale morir de pie, que vivir de rodillas.

No nos engañemos ni claudiquemos a infantilismos: la situación cubana es durísima, los salarios no alcanzan para literalmente nada y es en el mercado negro donde los cubanos truecan lo que necesitan para subsistir. Yo mismo fui testigo de cómo funciona.

En cierta parte de La Habana, cuya dirección no voy a mencionar, un hombre de camisa cuadriculada y lentes de sol redondos y de marco dorado me invitó a subir. Desatendiendo todos los consejos recibidos y el sentido común del turista (¿?) accedí a adentrarme por los recovecos de edificio viejo y maltratado, por donde corrían desnudos niños pequeños. La gente me miraba con desconfianza y supongo que yo a ellos. Subí por un escalera de madera que rechinaba –¡cómo no!– a cada paso que dábamos y me sentí en Las Peñas de Guayaquil. Las paredes descascaradas y angostas se prolongaban en todas las direcciones.

Tocó la puerta de madera rojiza y se abrió ¡Sí, como las casas viejas de Guayaquil! Entré y detrás de mí se cerró inmediatamente la puerta y oí como se aseguraba el picaporte. Dos negras hermosas y de carnes generosas me sonrieron. La casita era pequeña, pero limpia. Un sofá raído, una mesa para cuatro personas con sus sillas metálicas, una vieja refrigeradora Kelvinator y un televisor que supuse era a blanco y negro, aparte de la radio de perillas que tenía mi abuelo médico en su baño, eran el menaje de casa. Detrás de la refrigeradora, un tercer hombre que salió del otro cuarto, sacó un saco de yute a rayas rojas, blancas y azules. Levantó unos cortes de tela blanca, debajo de los cuales grandes cajas de cigarros habanos se escondían. Me los ofrecieron a precios irrisorios comparados con los oficiales. Según mis anfitriones, eran sacados de contrabando de las fábricas estatales. Había de todo clase y tamaño.

Todavía me pregunto cuáles fueron mis motivos para no comprarlos, pero no logro dar con una respuesta que me satisfaga. Inventé una excusa tonta y le dije que regresaría, si me decidía, al día siguiente. OK, chico. No’a ningú problema. Me abrió la puerta y se despidió de mí. Mientras bajaba las escaleras me dijo Amigo, eso sí, usté jamás estuvo aquí. Asentí y salí a la luz de la calle, donde una cubana intentaba –infructuosamente– que Tati le regale su collar.

La economía oficial cubana se maneja aún en niveles irreales y la ración asignada para cada cubano es, por decirlo menos, deprimente. Es hora de un cambio, pero el cambio que quieren los cubanos que decidieron quedarse en la isla. No de los que renunciaron a su derecho de decidir sobre el futuro de la isla. Peor aún de vecinos entrometidos o aliados regionales que buscan, como en todas partes, sacar su beneficio. Silvio Rodríguez, ese cubano universal, escribió en Playa Girón ¿si alguien roba comida y después da la vida qué hacer? ¿Hasta dónde debemos aplicar las verdades? Y es la pregunta que asalta hoy a los cubanos, y la pregunta que los cubanos quieren hacer a sus dirigentes, y sus dirigentes tendrán que saber entender para poder responderla de cara al futuro.

En la tarde gris en que me paré en la Plaza de la Revolución me sentí solo y se me confundieron las nostalgias que corrían libres por el viento y creí entender por qué el taxista que nos llevó tenía la mirada perdida en el vacío. Cuántas esperanzas se erigieron en ese obelisco que corona la plaza y bajo el cual Martí se mira cara a cara con Guevara. Esa tarde, sin embargo, la plaza estaba vacía y silenciosa. El sol había escogido esconderse entre las nubes caribes. Debo reconocer que fue el destino que nos hizo ir primero al parque John Lennon y luego a la Plaza, porque habíamos decidido hacerlo todo por nuestros propios medios, sin brújula o plan de vuelo definido. Sin embargo, fue un movimiento preciso. People say I’m a dreamer, but I’m not the only one: y aquí estábamos, donde hace cincuenta años los cubanos se dijeron, lo que Lennon al mundo, el uno al otro. Quisieron soñar y soñaron y se embarcaron en una de las historias más hermosas y difíciles que podría conocer la poesía. Esa tarde, sin embargo, éramos apenas tres personas sobre la explanada de concreto.

Nos subimos al taxi y cogimos para el hotel, en silencio y eligiendo las imágenes con las que queríamos quedarnos para el corazón.

La Habana es una ciudad cargada de historia, cargada de significación, fue lo primero que advertimos cuando llegamos y una de las pocas cosas claras que nos quedó a nuestra despedida. El día en que regresaríamos al Ecuador, tan diferente pero tan parecido a Cuba, una tormenta tropical violenta se desató anticipando el paso devastador de Ike y Gustav. La noche anterior, las ventanas del hotel se habían estremecido con el golpe del viento cargado de historias y leyendas yorubas y aborígenes, de españoles y estadounidenses, de magnates y campesinos, de explotadores y revolucionarios, de héroes y contrarrevolucionarios.

De entre todos las imágenes que se quedaron en la retina y el corazón había que elegir las que más nos habían golpeado. Me quedé con Juan Bautista con el pulgar en alto, a pesar de todo, con la del paladar donde comimos, con las mujeres hermosas, especialmente las del Tropicana, con las fotos del Ché y Camilo Cienfugos sonriendo y con la Plaza de la Revolución en esa tarde gris. Pero por sobre todas las cosas, me quedé con la certeza de que John Lennon tenía razón y que la Revolución Cubana, cuando era revolución verdadera, nos podría hacer decir a cada uno People say I’m a dreamer, but I’m not the only one.

Fin

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